El perro del hotel entraba y salía,
Sus pasos cansinos arrastraba y su sombra se perdía entre la noche a punto de convertirse en día. Se mantenía en vigilia esperando a su dueño. Habría salido sin despedirse siquiera, con las primeras horas del día.
El perro en silencio entraba y salía. Sus párpados tristes parecían cerrarse.
Habría esperado toda la noche, hasta acabarse los últimos rayos de la luna.
Lo había visto ambular por la playa. Yo tampoco dormía. Sus pasos tristes me recordaban que estaba sola y que por disfrutar de un momento de mar y de brisas bajo la luna, mis pies no sólo helados estaban, sino que la brisa habría penetrado mis huesos. La fuerza que la noche me inspiraba, me hizo perder la noción del tiempo. Acaso habría visto perderse tu sonrisa entre las olas…y quizá, extrañé algo más que tu risa.
El pesado cuerpo del perro que me hacía compañía, volvía a cruzarse por la playa, esperando a su dueño en su larga agonía, volviendo a sus pasos repetidas veces, arrastrando su cuerpo casi dormido.
La noche se acaba, y estuve contigo en mi mente hasta agotarse y consumirse la luna entre las olas. El perro por fin duerme. Lo venció el cansancio y su dueño no regresó.