He pensado mucho en la niña de la esquina. Su madre vende pipas en la calle “a sol las heladas señorita”, mientras ella juega con los sorbetes, que ahora coloca su madre en una que me ofrece al pasar.
No pienso en la sed que apagarían aquellas aguas frescas bajo el implacable y agotador sol de Piura, tampoco en el cansancio de mis pies ni el dolor de mi espalda. Pienso más en aquella inocente niñez perdida, en la niña de madre callada y mirada perdida, que juega con cañitas de plástico y los restos de cáscaras de pipa. ¿Tendrá juguetes en casa?, ¿tendrá otras distracciones y estímulos a parte del rumor sordo de los autos que vienen y van, entre el tumulto de una vía tan transitada?
Su madre no le habla, tampoco la mira, sólo la toma del brazo de vez en cuando, en un intento casi mecánico para evitar que atraviese la pista; la que hasta ahora no conoce del otro lado y le atrae, no por ser el portal de la universidad más prestigiosa de la ciudad, sino por la gente distinta que cada día aparece, diferente a la que ve en su pequeño entorno y que su madre no se atreve a mirar.
Ella sólo vende sus pipas, quién sabe desde cuándo y cómo, pero acaso suene absurdo, lo que más importa es saber por qué eligió este sitio, ¿quién compraría pipas a la salida de una universidad particular?. Tal vez los extranjeros que se albergan en el hotel de al frente, quiénes preferirán tomar agua de pipa a una copa de helados, porque de algún modo caracteriza a la idea rupestre que tienen de la ciudad.
Andy se llama la niña, ella no sabe hablar, tampoco escribir, no sabe más que su nombre que ni siquiera pronuncia, porque también es tímida como la madre o tal vez porque le enseñaron que sólo debe callar. ¿Cómo crecerá esta niña?, no va al colegio, no recibe estímulos de su madre, tampoco tiene quién le enseñe las vocales ni los números. Sus pasos pequeños no pasan de aquella esquina, que es como su casa en medio de la ciudad.
Qué pensaría la niña de la esquina, de mirada triste, sin calzado y carita sucia, sin un juguete en la mano, menos un libro, tampoco una fruta distinta a la pipa, menos un vaso de leche en su mesa, ni una camita, y que ahora duerme en los brazos de su madre, quizá cansada de ver la repetición constante de los autos cruzarse, de la gente apurada que no la nota pero que ella admira con una sonrisa.
Qué será de su vida creciendo tras ese cerro de pipas, cobijada bajo el techo de una carpa roja, que es también como su casa, pues la acoge durante el día cuando no juega bajo el sol, embarrándose más las manos en un jardín cercano, que ya estaban sucias con los trozos de pipa.
Su madre la mira pasiva pero no opina, su abuela también está cerca tejiendo un sombrero de paja, absorta en silencio, despierta en el vacío.
Que será de aquella niña triste parada en la acera de una esquina, tras una torre de pipas heladas, que me quita el hambre con su mirada nostálgica, cada vez que intento cruzar la calzada y no puedo ignorarla, porque pienso en su vida y más en su incierto porvenir.